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EL MARCO VACÍO

Siempre lo conocimos enmarcado, clavadito a la pared y protegido por un vidrio.
Sabemos hoy que vivió toda su vida en sepia, como el suplemento dominical de El Día, pero sin las aventuras de Tarzán.
Ya desde la Escuela, si querías mirarlo a los ojos, el vidrio te devolvía tu propia imagen.
No estaba siquiera pintado al óleo; tal vez fuera acuarela, vaya a saber.
Incluso el vidrio lucía a veces un poquito chorreado y nunca supimos si atribuir ese aire de descuido a pobreza o a abandono.
Hacía lo que todos sin protestar pero al mismo tiempo sin opinar.
Participaba de la vida desde su lugar, sin salirse nunca de su propio marco.
A veces, casi imperceptiblemente, parecía colorearse de entusiasmo y romper moldes, pero apenas lograba cambiar a tonitos de gris que sólo algunos de sus amigos podíamos distinguir.
Eso sí: siempre estaba. Llegaba antes, cumplía lo acordado, colmaba expectativas chiquitas, se podía contar con él.
En la barra se daba por descontado que Estela, su mujer, era la única persona en el mundo que había encontrado el sistema para descolgarlo y pintarle ganas y clavarlo en el mejor sentido del verbo.
Sin embargo, una tarde de invierno Estela se fue con un trapecista.
Nosotros nos indignamos, puta de mierda, pero a él  pareció no importarle.
Los años pasaron y él siguió allí, quietito, cartón o lienzo, sepia, imagen congelada, vida  que pasa, rebotes contra el vidrio, clavito y pared, sol por la ventana.
Ese sol lo volvió cada vez más clarito y entonces a uno se le hacía difícil saber dónde empezaba y  hasta si seguía allí, enmarcado, clavadito a la pared y protegido por un vidrio.
Con el tiempo, también la humedad (y una soledad que nunca lloró, dicen algunos) comenzó a afectarlo y se fue decolorando hasta que ni adivinarlo podías.
Hoy sus amigos no podemos dibujar su cara de memoria y nos decimos que en verdad comenzó a desteñir desde que lo conocimos, cinco años en Jardinera, hermanos tímidos y pueblo chico, colores a estrenar.
La semana pasada alguien recortó un cacho de almanaque de Funsa de 1970 y aprovechó el marco vacío.
Quedó precioso, me dijeron. 

 

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