Textos

 

MAR INTERIOR

Es inevitable mirar el paisaje marino a las seis y media. El paisaje está en el Estudio desde hace diez años. Lo compró Sarita, aquella buena Sarita en un remate. Son tres gaviotas, un barco y un mar. A las seis y media uno huele el yodo y la sal y oye los chillidos y descubre al capitán tuerto en su camarote, llorando una honda decepción. A las seis y media queda el paisaje marino, las paredes grises, los dos escritorios y mi máquina de escribir. Acaso también quede yo mismo, algo náufrago, algo tuerto, cruzando las manos sobre la olivetti y acercando a ellas mi nariz para agregar el olor de la nicotina al del yodo. Al mismo tiempo pienso, pero sin la conciencia de que sólo luego existiré. Pienso en vacíos, en nadas grisáceas como las paredes. Y mi máquina de escribir sirve de apoyo y de punto de partida a mis ojos, que quieren ir más allá del escritorio vacío de enfrente. Mis ojos recorren el escritorio y llegan al suelo de madera; caminan luego hasta el ángulo con la pared y recorren el ángulo piso-pared hasta llegar a la franja de luz que me anuncia que arriba está la puerta y afuera las esencias. Lentamente mis ojos suben por la puerta hasta el picaporte pero no lo encuentran, porque la puerta de esta oficina es como tantas otras, sin picaportes, sin cerraduras, sin llaves. Permanece cerrada desde hace años y nadie sabe cómo ni cuándo. Mientras tanto -porque no se trata de desesperarnos- permanezco sentado, cruzando las manos sobre la olivetti y acercando a ellas mi nariz para agregar el olor de la nicotina al del yodo.
El capitán ha subido a cubierta.

 

Fotografía anterior
Próxima fotografía