Textos

 

EL ENANO DE MARGAT

 

-Don Aparicio era ya un hombre viejo y solitario, doblado por el lumbago -tomó vuelo Aquista-. Había sido payador, y de los buenos, pero cuando lo conocí ya no escribía décimas. Y hablaba poco, casi con monosílabos. En lugar de versos lo rodeaban rebenques, taleros y trenzas de todo tipo que parecían aumentar en cantidad cada vez que Mauricio iba a verlo. Siempre en silencio Don Aparicio. Más de una vez amagaba decirle algo pero aunque Mauricio lo animara, no lo conseguía. Un día, luego de auscultarlo y dejarle algunas muestras y consejos que sabía muy bien que no iba a seguir, le preguntó señalando los rebenques quién era el guasquero que hacía esas maravillas. Sabíamos que no podía ser él: la artritis que deformaba sus dedos era suficiente impedimento. El viejo Aparicio recorrió el cuarto con la mirada, se detuvo en Mauricio, luego en mí y dijo en voz muy baja, susurrando: la vida trenza desgracias que ni usted puede aliviar, dotor.



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